miércoles, 5 de mayo de 2010

¿Soberbia Yo? – Lupita Venegas

Un escritor va paseando por la calle y se encuentra con un amigo. Se saludan y comienzan a charlar. Durante más de media hora el escritor le habla de sí mismo, sin parar ni un instante. De pronto se detiene un momento, hace una pausa, y dice: “Bueno, ya hemos hablado bastante de mí. Ahora hablemos de ti: ¿qué te ha parecido mi última novela?”.




Es un ejemplo gracioso de actitud vanidosa, de una vanidad bastante simple. De hecho, la mayoría de los vicios son también bastante simples. Pero en cambio la soberbia suele manifestarse bajo formas más complejas que las de aquel fatuo escritor. La soberbia tiende a presentarse de forma más retorcida, se cuela por los resquicios más sorprendentes de la vida del hombre, bajo apariencias sumamente diversas. La soberbia sabe bien que si enseña la cara, su aspecto es repulsivo, y por eso una de sus estrategias más habituales es esconderse, ocultar su rostro, disfrazarse. Se mete de tapadillo dentro de otra actitud aparentemente positiva, que siempre queda contaminada.



Unas veces se disfraza de sabiduría, de lo que podríamos llamar una soberbia intelectual que se empina sobre una apariencia de rigor que no es otra cosa que orgullo altivo.



Otras veces se disfraza de coherencia, y hace a las personas cambiar sus principios en vez de atreverse a cambiar su conducta inmoral. Como no viven como piensan, lo resuelven pensando como viven. La soberbia les impide ver que la coherencia en el error nunca puede transformar lo malo en bueno.



También puede disfrazarse de un apasionado afán de hacer justicia, cuando en el fondo lo que les mueve es un sentimiento de despecho y revanchismo. Se les ha metido el odio dentro, y en vez de esforzarse en perdonar, pretenden calmar su ansiedad con venganza y resentimiento.

Hay ocasiones en que la soberbia se disfraza de afán de defender la verdad, de una ortodoxia altiva y crispada, que avasalla a los demás; o de un afán de precisarlo todo, de juzgarlo todo, de querer tener opinión firme sobre todo. Todas esas actitudes suelen tener su origen en ese orgullo tonto y simple de quien se cree siempre poseedor exclusivo de la verdad. En vez de servir a la verdad, se sirven de ella —de una sombra de ella—, y acaban siendo marionetas de su propia vanidad, de su afán de llevar la contraria o de quedar por encima.



A veces se disfraza de un aparente espíritu de servicio, que parece a primera vista muy abnegado, y que incluso quizá lo es, pero que esconde un curioso victimismo resentido. Son esos que hacen las cosas, pero con aire de víctima (“soy el único que hace algo”), o lamentándose de lo que hacen los demás (“mira éstos en cambio…”).



Puede disfrazarse también de generosidad, de esa generosidad ostentosa que ayuda humillando, mirando a los demás por encima del hombro, menospreciando.



O se disfraza de afán de enseñar o aconsejar, propio de personas llenas de suficiencia, que ponen a sí mismas como ejemplo, que hablan en tono paternalista, mirando por encima del hombro, con aire de superioridad.



O de aires de dignidad, cuando no es otra cosa que susceptibilidad, sentirse ofendido por tonterías, por sospechas irreales o por celos infundados.



¿Es que entonces la soberbia está detrás de todo? Por lo menos sabemos que lo intentará. Igual que no existe la salud total y perfecta, tampoco podemos acabar por completo con la soberbia. Pero podemos detectarla, y ganarle terreno.



¿Y cómo detectarla, si se esconde bajo tantas apariencias? La soberbia muchas veces nos engañará, y no veremos su cara, oculta de diversas maneras, pero los demás sí lo suelen ver. Si somos capaces de ser receptivos, de escuchar la crítica constructiva, nos será mucho más fácil desenmascararla.



El problema es que hace falta ser humilde para aceptar la crítica. La soberbia suele blindarse a sí misma en un círculo vicioso de egocentrismo satisfecho que no deja que nadie lo llame por su nombre. Cuando se hace fuerte así, la indefensión es tal que van creciendo las manifestaciones más simples y primarias de la soberbia: la susceptibilidad enfermiza, el continuo hablar de uno mismo, las actitudes prepotentes y engreídas, la vanidad y afectación en los gestos y el modo de hablar, el decaimiento profundo al percibir la propia debilidad, etc.



Hay que romper ese círculo vicioso. Ganar terreno a la soberbia es clave para tener una psicología sana, para mantener un trato cordial con las personas, para no sentirse ofendido por tonterías, para no herir a los demás…, para casi todo. Por eso hay que tener miedo a la soberbia, y luchar seriamente contra ella. Es una lucha que toma el impulso del reconocimiento del error. Un conocimiento siempre difícil, porque el error se enmascara de mil maneras, e incluso saca fuerzas de sus aparentes derrotas, pero un conocimiento posible, si hay empeño por nuestra parte y buscamos un poco de ayuda en los demás.

¿El amor acaba?

Cuántas familias destrozadas por ese falso concepto de amor que hoy tanto confunde. Nada más triste que la escena de una pareja discutiendo frente a los hijos. ¡Cuánto dolor sembramos en sus pequeños



¿El amor acaba?



Por: Lupita Venegas





Cuántas familias destrozadas por ese falso concepto de amor que hoy tanto confunde. Nada más triste que la escena de una pareja discutiendo frente a los hijos. ¡Cuánto dolor sembramos en sus pequeños corazones!



Si amas a tus hijos dales el mejor regalo, ama a tu cónyuge. Si sientes que se acabó, lucha. No se acaba una relación de un día a otro. Se acaba cuando dejas de alimentarla. Cuando los detalles se olvidan, cuando cada día es para mal llevarse y fastidiarse mutuamente.



Si pensamos qué es lo que esperamos para nuestros hijos coincidiremos en que queremos verlos exitosos, hombres de bien.



La premisa será sembrar en ellos seguridad. La noticia es que hay una fuente garantizada de seguridad para ellos: el amor visible de sus padres.



¿Tus hijos dirían que ustedes están enamorados uno de otro? O todo lo contrario, afirmarían que ustedes no se soportan.



Si es así, es que atrás está un falso concepto de lo que es el amor. Pensamos que el amor es un sentimiento. Nada más alejado de la realidad. Los sentimientos nacen y desparecen. El amor, decía Erich Fromm, es una decisión. Tiene que ver más con la voluntad que con la afectividad.



Ya dijo Aristóteles que amar es buscar el bien de la persona amada. Santo Tomás de Aquino sostuvo: amar es desear el bien del otro. Y Sócrates, el amor es darse.



El amor de pareja tiene dos vertientes, el cariño que es amor del alma y el deseo, que es amor del cuerpo. El cariño está hecho de ternura, respeto y bondad. El deseo trata de poseer al otro. Uno da, se entrega, el otro pide.



La mayoría de nosotros al casarnos hicimos una promesa como esta: prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad y amarte y respetarte todos los días de mi vida.



En la vida práctica parece que hicimos la promesa de modo diverso. Decimos, prometo serte fiel en lo próspero pero no en lo adverso, en la salud pero no en la enfermedad, y amarte y respetarte sólo cuando lo merezcas.



¡Cuidado!, vivir de este modo es dejar paso al egoísmo más total y su fruto es la vida infernal y la ruptura.



Recibí una lección inolvidable cuando me enteré que el esposo de una amiga le había regalado su fotografía con la frase inscrita: “ámame cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite”.



Eso es amor. Aceptar que el otro comete errores, que no es perfecto y que por cierto, tú mismo no lo eres tampoco.



Si en verdad amas a tus hijos, lucha por construir un hogar cuyo centro sea el amor.



¿No “sientes”amor? Es momento de amar de verdad.



Que te motive la frase del poeta: y cuando pensé que nuestro amor se había acabado, removí las brasas… y me quemé las manos.

sábado, 1 de mayo de 2010

Proyecto de vida y carisma

Proyecto de vida y carisma


La santidad del cristiano es un don del Espíritu Santo. Por lo tanto la santidad es posible adquirirla cuando se esta en escucha constante del Espíritu Santo y en la búsqueda del cumplimiento de los deberes de estado.

Proyecto de vida y carisma

¿Se puede proyectar la vida?

El cristianismo es seguir a una persona. “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”1 La entusiasta invitación que han recibido las personas consagradas para seguir a Jesucristo se convierte en todo un programa que debe cubrir toda la vida y todos los aspectos de la vida, ya que se es llamada a vivir la misma vida de Cristo en toda la profundidad de la existencia humana. Así la ha confirmado Juan Pablo II al expresar la identidad de la vida consagrada como un seguimiento de Cristo, a la manera de los apóstoles: “El fundamento evangélico de la vida consagrada se debe buscar en la especial relación que Jesús, en su vida terrena, estableció con algunos de sus discípulos, invitándoles no sólo a acoger el Reino de Dios en la propia vida, sino a poner la propia existencia al servicio de esta causa, dejando todo e imitando de cerca su forma de vida.”2



Esta forma de vida de Cristo es la que hará de perno en toda la vida de las personas consagradas y bien podemos afirmar que será el fundamento de su identidad, de tal forma que la persona consagrada lo es en la medida que su vida se asemeja cada vez más a la vida de Jesucristo, de forma que pueda llegar a expresar como San Pablo: “Ya o soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”. De aquí la importancia de conformar la vida con la vida de Cristo: “El proceso formativo, como se ha dicho, no se reduce a la fase inicial, puesto que, por la limitación humana, la persona consagrada no podrá jamás suponer que ha completado la gestación de aquel hombre nuevo que experimenta dentro de sí, ni de poseer en cada circunstancia de la vida los mismos sentimientos de Cristo.”3



Este proceso de conversión o de formación permanente requiere todo un camino. Es el proyecto de toda una vida que no se puede dejar al azar, al vaivén de las circunstancias o a la interpretación del último autor, confesor o expositor de moda. Requiere tener sólidos fundamentos que le permitan alcanzar la meta deseada, esto es, la conformación plena con la persona de Cristo.



Puede extrañarnos en un primer momento la necesidad de planear la vida consagrada. Hacemos hincapié de que estamos hablando de planear todos los aspectos de la vida consagrada y no sólo aquellos que atañen a la vida espiritual, como fácilmente podría considerarse. Si la persona consagrada es propiedad entera del Señor, entonces no hay porque extrañarse que todos los aspectos inherentes a su existir deban pertenecerle al Señor. Se es consagrada en forma íntegra, no en parcialidades. Quien estable cotos, límites e o cercos a su vida y no la entrega en plenitud al Señor, no estará viviendo en plenitud la consagración a Él prometida.



Esta consagración al Señor comporta una santidad de vida, entendida como la vivencia plena de las promesas bautismales. “No obstante exista una absoluta trascendencia de la santidad del Padre y de Jesús, se sigue que los cristianos pueden llegar a ser santos como Dios lo es porque el Espíritu los hace partícipes de la santidad divina, sin ofender la trascendencia infinita del Padre, sino compartiéndola. Si en la unión hipostática el Verbo asumió la condición humana, en su santificación el cristiano asume la condición divina. La santidad del cristiano es un don del Espíritu Santo.”4 Por lo tanto la santidad es posible adquirirla cuando se esta en escucha constante del Espíritu Santo y en la búsqueda del cumplimiento de los deberes de estado. Por la propia consagración, estos deberes de estado se convierten para la persona consagrada en medios adecuados para su santificación. No tiene que pensar en santificarse fuera de los mismos compromisos que le marca su consagración, de tal forma que sus deberes espirituales, su vida fraterna en comunidad, sus deberes de apostolado se convierten en medios idóneos para configurarse con Cristo y así alcanzar la santidad. La pregunta de la programación queda aún en el aire, ya que si estos medios llevan de por sí a la santidad, no habría poner tanto necesidad de programación alguna. Bastaría simplemente vivirlo con la mejor de las intenciones.



Sin embargo por experiencia propia sabemos que la persona consagrada, como cualquier persona del género humano, a veces no logra distinguir con nitidez las cosas qué debe hacer ni la forma en cómo puede cumplirlas. Además como criatura creada a imagen de dios, caída por le pecado original y redimida por Cristo, no está exenta de sufrir las asechanzas del mundo, de sus propias pasiones. Es entonces cuando surge la necesidad de conocerse para programarse, para saber atajar al enemigo, ya sea el enemigo que se lleva dentro, o ya sea aquél que se disfraza a través de las circunstancias o de factores externos. No debemos olvidar, dentro de estos elementos, el desarrollo psicológico de la persona que también dejará su huella en la persona consagrada, llevándole a tomar medidas necesarias para seguir respondiendo con la misma frescura y lozanía a Cristo, como cuando lo hizo el día que prometió seguimiento al Señor.



Por ello, la programación no es la regulación minuciosa y hasta maníaca de los detalles que debe cumplir la persona consagrada. Tal sería una actividad que pronto llevaría a la esquizofrenia. Es más bien la fijación de metas para alcanzar la santidad, el conocimiento que adquiere la persona de sí misma, las circunstancias que la rodean y que afectan las metas que se ha fijado para la santidad, los medios idóneos que utilizará para aprovechar los aspectos positivos y contraponer los negativos, de forma que la vida no sea guiada al caso o al vaivén de las circunstancias externas o de las pasiones y sentimientos internos.



El ideal de la santidad es el ideal de todo cristiano5 . Pero dicha santidad no es ni fácil ni difícil de alcanzar. Requiere simplemente la dosificación, es decir el fijar por etapas las metas que se quieren alcanzar. Cuando una persona se entusiasma por Cristo y quiere seguirlo e imitarlo, no lo podrá lograr de la noche a la mañana. Es necesario que se fije metas claras, precisas, objetivas y de corto alcance para lograr el objetivo final, que es la santidad.



Por otra parte la persona cuenta o debe contar con un aliado que es su misma persona. Esta persona, de acuerdo a la antropología cristiana, sabemos que está constituida por inteligencia y voluntad. Es decir, la persona puede conocer y la persona puede querer. Es libre para elegir lo que más le convenga, de acuerdo a las metas que se ha fijado. Pero también, esta persona tiene pasiones, sentimientos, impulsos. Todos ellos, de no mediar una grave enfermedad psicológica o psíquica, pueden ser encauzados de acuerdo a las metas que se ha fijado la persona. Por ello, debe conocerse, aceptarse y superarse, siguiendo las enseñazas de S. Agustín: “Conócete, acéptate, supérate.”



Por último, bien sabemos que la persona no vive enana esfera de cristal o en una isla. Actúa en una sociedad, en una comunidad. Y como una célula, no es impermeable a lo que sucede en su entorno. Deberá tomar en cuenta la forma en que las circunstancias externas le afectan para alcanzar la meta de la santidad, que previamente se ha fijado.



Por ello, a través de un programa de vida que le permita fijarse metas claras, cortas, precisa y objetivas, un conocimiento de su persona que la ponga alerta de las fuerzas positivas y negativas con las que cuenta, y un sentido de la realidad para saber la forma en que el ambiente externo va a afectar su camino a la santidad, podrá fijarse medios idóneos para llegar a la santidad. Así lo afirmaba Juan Pablo II: “¿Acaso se puede « programar » la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias. Significa expresar la convicción de que, si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. (…) Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos « genios » de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno. Doy gracias al Señor que me ha concedido beatificar y canonizar durante estos años a tantos cristianos y, entre ellos a muchos laicos que se han santificado en las circunstancias más ordinarias de la vida. Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este « alto grado » de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia.”6





El proyecto de la vida consagrada.

Ahora bien, si como dice Juan Pablo II, los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, los distintos estados de vida requerirán distintas pedagogías de santidad, ya que, si bien la santidad es una sola, esto es, asemejarnos a Cristo y así alcanzar la vida en Dios, los medios varías de acuerdo a las circunstancias que rodean la vida de las personas. Si bien la santidad es la misma, no se alcanza de la misma manera por una madre de familia que por una mujer consagrada a la oración, el sacrifico y la penitencia en la vida de un monasterio de clausura. Debemos fijar entonces la identidad de cada estilo de vida, de forma que podamos construir un proyecto claro y propio de santidad.



Para la vida consagrada debemos fijarnos ciertos aspectos comunes que nos permitan tener un esquema preciso de lo que las personas consagradas deben alcanzar en su vida y los medios con los que cuentan para ello. Serían muchas las fuentes a las que podríamos acudir para establecer esta santidad común a la que deben tender todas las personas consagradas. Pero podríamos aquí señalar que el magisterio de la Iglesia y el patrimonio espiritual de cada congregación deberían ser los ejes centrales en los cuáles fijar dicha santidad común.



• Gracias a Dios, después del Concilio vaticano II se ha dado un gran impulso a la Teología de la vida consagrada. Podríamos aquí recordar los títulos de los documentos emanados por la entonces Congregación para los religiosos e institutos seculares o su actual sucesor, la Congregación para los institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, que de alguna manera ayudaron a reflexionar sobre la identidad de la vida consagrada, de acuerdo a los lineamientos que marcó el Concilio vaticano II, especialmente en el decreto Perfectae caritatis y el motu proprio Ecclesiae sanctae II. Cada uno de estos documentos, ya desde el mismo título, es todo un programa para entender lso elemntos esenciales de la vida cnsagrada y por ende, tomarlso como medios idóneos para la santificación en este estado de vida. Estos documentos son:



• La vida Fraterna en Comunidad (1994)



• Orientaciones sobre la Formación (1990)



• Elementos esenciales de la Doctrina de la Iglesia sobre la Vida Religiosa (1983)



• La Dimensión Contemplativa de la Vida Religiosa (1980)



• Mutuae Relationes (1978)



• Religiosos y Promoción Humana (1978)



Todos estos documentos van a quedar reflejados y profundizados en la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata (1996) de Juan Pablo II. En ella se establecen las líneas fundamentales de la consagración, que sucintamente podemos decir que es una vida “de especial configuración a Cristo, de especial comunión de amor con el Padre, de especial comunión con el Espíritu Santo, de especial seguimiento de Cristo, a la manera de los apóstoles, de especial configuración con la Virgen maría, una vida de profesión de los consejos evangélicos, una vida con una especial consagración, de especial perfección, de especial radicalismo evangélico y de una peculiar espiritualidad.”7



No debemos olvidar también lo dicho por el Código de Derecho canónico, que en canon 573 establece lo que es la vida consagrada. “La vida consagrada por la profesión de los consejos evangélicos es una forma estable de vivir en la cual los fieles, siguiendo más de cerca a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, se dedican totalmente a Dios como a su amor supremo, para que entregados por un nuevo y peculiar título a su gloria, a la edificación de la Iglesia y a la salvación del mundo, consigan la perfección de la caridad en el servicio del Reino de Dios y, convertidos en signo preclaro en la Iglesia, preanuncien la gloria celestial.”8



Si bien este canon y toda la exhortación Vita consecrata nos fijan los parámetros por los que ha de recorrerse la vida consagrada, no debemos olvidar que la vida consagrada se vive en forma particular, es decir, bajo un carisma específico. No se es una persona consagrada en general y después se viven los consejos evangélicos o la vida fraterna en comunidad en una forma especifica. Más bien, los elementos esenciales de la vida consagrada se viven de acuerdo al carisma específico.



Dicho carisma bien podríamos entenderlo como “la mente y propósitos de los fundadores, corroborados por la autoridad eclesiástica competente, acerca de la naturaleza, fin, espíritu y carácter de cada instituto, así como también sus sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio del instituto.”9 Por lo tanto, el conocimiento del carisma fijará de alguna manera ya en forma definitiva, la santidad específica de los miembros de un determinado Instituto de vida consagrada.



Es necesario por tanto que los miembros de un instituto conozcan no someramente sino detalladamente el carisma de su instituto, de forma tal que todas las actividades que realizan, desde las más sencillas, hasta aquellas que a los ojos de los hombres pudieran parecer las más importantes, queden informadas por el carisma. De esta manera podrá alcanzarse sino con más facilidad, con más precisión. No como quien da “palos al aire”, sino como quien ha fijado con precisión los ideales y los medios.





Algunas dificultades de nuestro tiempo.

Hemos visto que la programación de la santidad en la vida consagrada requiere un proyecto de vida personal en dónde se plasmen las características más específicas de la Congregación, de forma que la persona consagrada pueda tenerlas como metas claras y visibles. De ahí partirá una búsqueda confiada y serena por encontrar los mejores medios que se puedan aplicar a cada realidad personal y a cada circunstancia de vida.



Sin embargo, parece ser que este tipo de trabajo no encuentra respuestas favorables en el ambiente religioso de nuestros días. No hace mucho me escribía una religiosa: “¿Dónde están las religiosas, que hacen en las comunidades, como está su vida interior? Definitivamente se viven la vida muy light y no solo en la vida religiosa sino en el mundo entero.” Se ha dejado en el olvido, o pero aún, no existe ya la costumbre de tener un programa de vida y a lo más, se contentan con el cumplimiento del deber.



Si bien es difícil establecer las causas de este enfriamiento en la virtud, intentaré esbozar algunos de ellos, sin pretender ni abarcarlos todos, ni profundizar en ellos.



Creo que el origen de este enfriamiento en la virtud por alcanzar la santidad y por ende, el no preocuparse por tener un programa de vida, se debe principalmente a la pérdida de la identidad de la vida consagrada femenina. Debemos recordar que los años del post-concilio, los años de la renovación de la vida consagrada debían estar dedicados a la aplicación de las directrices del Concilio, cuyo objetivo para la vida consagrada no era otro que el adecuar toda la riqueza de la vida consagrada a los tiempos actuales. Se trataba por tanto de un proceso de adaptación de la esencia de la vida consagrada. Sin embargo, muchos creyeron que se debía cambiar el concepto, la identidad de la vida consagrada para adaptarse a los tiempos actuales. En este proceso, que según ellos respetaba el espíritu del Concilio, se cuestionó la identidad de la vida consagrada, creando no poca confusión en los ambientes religiosos femeninos. De esta manera la santidad, la vida fraterna en comunidad, los elementos esenciales de la vida consagrada, el apostolado, los votos, la autoridad, todo venía cuestionado, contestado. No debemos olvidar que estamos hablando de los años sesenta y especialmente del fenómeno del fenómeno del ’68 que quería fundar una nueva sociedad pero que ni tenía las metas claras ni los medios adecuados. Eran los años de la contestación y la vida consagrada femenina no se salvó de esta contestación.



Este fenómeno ha llegado hasta nuestros días. Las heridas de esta pérdida de la identidad de la vida consagrada, o por lo menos, de su no claridad ha dejado un vacío enorme de casi dos generaciones de personas consagradas que se han dedicado a actividades ajenas o por lo menos superfluas, a la vida consagrada. Así, hay quien ha creído que la vida consagrada en la postmodernidad era trabajar por la ecología o los derechos humanos. Hay quien ha hecho de su apostolado le herbolaria, la medicina alternativa, la concientización de las masas y hasta la rebelión armada.



Todo ello generó un desprecio o por lo menos un olvido de conceptos como santidad, vida espiritual, vida de unión con Dios, vida de oración . Quién no sabía quién era, quien buscaba su identidad en el exterior y no el interior, había perdido el gusto por Dios y por las cosas de Dios. Hablar de un programa de vida muchas veces puede sonar a lenguaje extra-terrestre, o se lo puede ver como alguna reliquia de los tiempos medievales.



Producto de esta pérdida de identidad es el haber perdido de mira a Cristo. La figura de Cristo, si bien no desaparece del todo en la vida consagrada femenina, comienza a desvanecerse detrás de grandes reflectores como son los apostolados de vanguardia, la preocupación por encontrar caminos alternativos a la vida fraterna en comunidad, una interiorización o preocupación excesiva por el bienestar espiritual personal, o cualquier otro elemento que se buscaba cambiar o darle una importancia mayor a la debida en el tiempo de la renovación de la vida consagrada. No hay que olvidar tampoco muchas corrientes que se hicieron presente en la Iglesia en dónde, segñun ellos, se buscaba “desmitificar” a Cristo, por lo que su persona ya no era un ideal para seguir, sino, en muchos casos, un personaje histórico comparable a Buda, Mahoma o el Dalai Lama. De esta manera Cristo deja de ser un ideal a alcanzar, un modelo sobre el cual se puede proyectar una vida y así alcanzar la felicidad. Los programas espirituales comienzan por tanto a perder el vigor de una lucha por asemejarse a Cristo.



Otro problema que observamos en nuestro tiempo para forjar verdaderos proyectos de vida espiritual es la influencia que la Psicología, o mejor dicho, el psicologismo ha tenido en las congregaciones y las comunidades religiosas femeninas. Al desaparecer los puntos firmes en la vida consagrada, cualquier alternativa que aparezca como punto de referencia es bien acogido. Y así se sustituye muchas veces la oración por una meditación trascendental de corte oriental, la vida fraterna en comunidad depende de los estudios que se hagan del eneagrama, la autoridad se diluye en un pacto meramente humano. Es el momento en que irrumpe al psicología humanista de Carl Rogers en dónde cada persona se convierte en el dueño y señor de su propia existencia. Como consecuencia, se da más importancia a un equilibrio psicológico que a una vida espiritual bien organizada. Hay religiosas que van al psiconálisis y no pocas vocaciones entran en crisis después de estos estudios.



Unido a estos factores encontramos un exacerbado individualismo, producto quizás de un esfuerzo que quería borrar del pasado de la vida religiosa femenina una tendencia que tendía a olvidar a las personas. Que haya habido exageraciones en esto, puede ser cierto, pero no menos ciertas son las exageraciones que ahora se dan, en dónde se da un valor desmesurado a las personas al gardo que quien ahora está en crisis no es ya la persona individual, sino la autoridad, los reglamentos, los horarios, y todo aquello que pueda sonar a imposición para “cortar cabezas” y hacer un estándar de personas. Lógicamente, la dirección espiritual, o la elaboración de un programa de vida espiritual tiende a verse como demasiado estandarizante, limitando la libertad y la espontaneidad de las personas.





El carisma en ayuda del proyecto de vida.



El objetivo de elaborar un proyecto de vida es el de tratar de configurarse lo más posible a Cristo, tomando en cuenta las circunstancias personales, las circunstancias del propio estado de vida y las circunstancias externas que rodean a la persona.



Las dificultades que circundan a las personas consagradas hoy en día y que hemos analizado brevemente en este artículo, requieren una exactitud en la figura del Cristo que se quiere imitar, al cuál se quiere llegar. Debe ser un Cristo perfectamente bien delineado, con el fin de no perderse en el camino, ya sea por tantos vientos que soplan11 , ya sea por las dificultades externas o bien por las propias pasiones y sentimientos que durante la vida acompañan a la persona consagrada y que a veces puedan hacerla dudar del camino emprendido.



Ahora nos preguntamos por este Cristo la persona consagrada. Sin duda alguna que la respuesta será el Cristo del Evangelio, es Cristo de una sana espiritualidad que responda a las necesidades de la persona, de la congregación y de la Iglesia12 . De la contemplación de este Cristo surgirá una espiritualidad, unos medios que la persona consagrada está llamada a poner en práctica si quiere en verdad conformar su vida con la persona de Cristo.



Este Cristo, utilizando un lenguaje figurado, se nos presenta bajo ángulos distintos en cada congregación. Podemos decir que es el mismo Cristo pero visto desde distintas posiciones. Nuevamente hacemos uso del lenguaje figurado para expresar esta idea. ““Siempre cae (el agua) del mismo modo y de la misma forma, aunque son multiformes los efectos que produce: una única fuente riega todo el huerto. Y una única e idéntica tormenta desciende sobre toda la tierra, pero se vuelve blanca en el lirio, roja en la rosa, de color púrpura en las violetas y en los jacintos, y diversa y variada en los distintos géneros de cosas. De una forma existe en la palma y de otra en la vid, pero está toda ella en todas las cosas, pues (el agua) es siempre la misma y sin variación. Y, aunque se mude en tormenta, no cambia su forma de ser, sino que se acomoda a la forma de sus recipientes convirtiéndose en lo que es necesario para cada uno de ellos. Así el Espíritu Santo, siendo uno y de un modo único, y también indivisible, distribuye la gracia «a cada uno en particular según su voluntad» (cf. 1 Cor 12,11).”13



Para distinguir los aspectos específicos de este Cristo, y por tanto la espiritualidad que de Él emana, el carisma vendrá en nuestra ayuda . “El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (Evang. test. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne. Por eso la Iglesia defiende y sostiene la índole propia de los diversos Institutos religiosos (LG 44; cfr. CD 33; 35, 1, 2, etc.). La índole propia lleva además consigo, un estilo particular de santificación y apostolado que va creando una tradición típica cuyos elementos objetivos pueden ser fácilmente individuados. Es necesario por lo mismo que en las actuales circunstancias de evolución cultural y de renovación eclesial, la identidad de cada Instituto sea asegurada de tal manera que pueda evitarse el peligro de la imprecisión con que los religiosos sin tener suficientemente en cuenta el modo de actuar propio de su índole, se insertan en la vida de la Iglesia de manera vaga y ambigua.”15 La parte importante para descubrir el Cristo del fundador, y por ende, el Cristo de todos los hijos espirituales del fundador, es la experiencia del espíritu que hace el fundador de Cristo, de Dios, de las cosas divinas y que queda como camino indeleble para las futuras generaciones. Se presenta por tanto como labor prioritaria para conocer el Cristo del fundador, conocer la experiencia espiritual hecha por el fundador.



Esta experiencia espiritual no es una experiencia mística inalcanzable, sino una experiencia espiritual que es posible compartir, que es posible personalizar. En un primer momento Dios suscita en el fundador el deseo de solucionar una dificultad o de una necesidad apremiante en la Iglesia. Dios se valdrá de distintos acontecimientos, simples o espectaculares, para despertar en él la idea originaria de la fundación. Lo que pudiera haber quedado en el marco de un mero acontecimiento, por especial inspiración del Espíritu Santo, tiene un significado muy particular para el fundador. Observamos por tanto como ejemplos, que un sueño en la vida de Francisco de Asís en el que Dios le pedía reconstruir la Iglesia, o el que la beata Teresa de Calcuta observara a unos pobres hacinados en un vagón de tren, bastaron para desencadenar en ellos deseos, sentimientos, pensamientos y acciones que los llevaron a poner en pie una Congregación religiosa bajo un determinado carisma.



La mujer consagrada debe fijar su atención en esta realidad que ha originado el carisma. Dios se ha valido de una necesidad con el fin de que el fundador pudiera hacer una experiencia del Espíritu. No será ya la necesidad en cuanto tal la que mueva al fundador durante toda su vida, sino lo que esa necesidad le lleva a experimentar en el Espíritu. El fundador hace una experiencia personal, una experiencia espiritual a partir de la necesidad. Esta experiencia del Espíritu va más allá de la simple necesidad pues le permite experimentar a Dios, siempre a través de esa necesidad. Si bien la necesidad ha sido el vehículo para experimentar a Dios, la necesidad en un determinado momento de la vida del fundador, pasa a un segundo término.



Si queremos explicar someramente la experiencia que el fundador tiene de Dios, podemos afirmar que es sobretodo una experiencia del amor de Dios. El fundador se siente llamado a amar a Dios con unas características muy específicas y podemos decir que hasta novedosas, pues la misma novedad es característica esencial de un carisma. Esto se explica de la siguiente manera: la necesidad, hablando en un lenguaje figurado, fue el pretexto del que Dios se valió para suscitar en el corazón del Fundador un amor muy especial. Un amor que no se reduce sólo a un sentimiento o a un estado de ánimo pasajero, sino que pasa primero al entendimiento y después a la voluntad, de forma que el fundador queda polarizado por ese amor novedoso que Dios ha suscitado en su corazón, hipotecando su vida para la consecución de ese amor. Surge la necesidad, pero Dios suscita en el fundador movimiento en su entendimiento y en su voluntad para dar una solución a esa necesidad. Sin embargo, al profundizar en esos movimientos del entendimiento y de la voluntad, el Fundador capta que la verdadera y única solución se encuentra en Dios. Este punto es esencial al carisma. El carisma, como don de Dios para la Iglesia, no es una solución práctica (sociológica, psicológica, administrativa) a un problema humano, sino que es una manifestación del amor de Dios por ayudar al hombre a acercase a él.



El fundador comienza por tanto a darse cuenta que sólo el amor de Dios es capaz de dar un respiro, una solución adecuada a la necesidad apremiante. De aquí que la solución se convierta en una solución integral, que abarca aspectos humanos y espirituales del hombre. El fundador inicia entonces una profundización en su relación con Dios, que lo llevará después a tener también una relación especial con los hombres, especialmente con aquellos a los que está llamado a ayudar. Las relaciones que el fundador tiene con Dios y las que desarrollo con los hombres darán origen a una espiritualidad y a un apostolado originales, muy específicos, que serán materia de nuestro estudio, especialmente cuando analicemos el capítulo siguiente al estudiar las formas en que la mujer consagrada puede vivir el espíritu.



En esta primera etapa puede ilustrarse con las palabras de Benedicto XVI cuando habla del amor del hombre a Dios: “El encuentro con las manifestaciones del amor de Dios puede suscitar en nosotros el sentimiento de alegría, que nace de la experiencia de ser amados. Pero dicho encuentro implica también nuestra voluntad y nuestro entendimiento. El reconocimiento del Dios viviente es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. No obstante, este es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por <> y completado; se transforma en el curso de la vida, madura y, precisamente por ello, permanece fiel a sí mismo. Idem velle, idem nolle, querer lo mismo y rechazar lo mismo, es lo que los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor: hacerse uno semejante al otro, que lleva a un pensar y desear común.”16



Aquí aparecen ya los primeros indicios para el programa de vida: aprender el amor de Dios a través del Fundador para conocer cuál es el amor que cada persona consagrada debe desarrollar.



El amor a Dios que el Espíritu suscita al fundador no es un amor genérico. Si hemos dicho que este amor parte de una necesidad específica y apremiante de la Iglesia, para regresar después a los hombres, convertido dicho amor en iniciativas concretas que tienen como objetivo mitigar los problemas y las dificultades debidas a la necesidad apremiante, este amor a Dios se reviste de matices muy específicos, configurados por la necesidad apremiante. El fundador aprende a amar a Dios en la forma en que la necesidad apremiante lo ha modelado. Si es en Dios en dónde va a encontrar la inspiración para subsanar la necesidad apremiante, no es en Dios en general, sino en un aspecto específico de Él que viene a satisfacer dicha necesidad. Buscar en Dios un aspecto característico, significa para el fundador dejarse guiar por el Espíritu y ver en Dios, en alguno de sus misterios o virtudes, un punto que le servirá de inspiración para expresar su amor personal a Dios y para la solución de la necesidad apremiante. Este misterio de Dios o virtud específica se convierte en un punto clave, un icono de la Congregación a Instituto religioso. En muchos casos el misterio de Dios ha sido la persona de Cristo o su evangelio, vistos siempre bajo un perfil o un ángulo de vista muy especial, una “particular prospectiva unificante.”17 La persona consagrada debe aprender a poner como centro de su proyecto de vida este Cristo o misterio de Dios específico que ha experimentado el Fundador.



Se da origen también a una forma específica de espiritualidad,18 fundamentada en la experiencia personal del amor de Dios y en la comprensión específica del misterio de Dios que hace el fundador. Estos dos aspectos, experiencia personal del amor de Dios y comprensión del misterio de Dios dejarán huellas indelebles en el Instituto, llegando incluso a conformar su propia identidad. “La consagración religiosa se vive dentro de un determinado instituto, siguiendo unas Constituciones que la Iglesia, por su autoridad, acepta y aprueba. Esto significa que la consagración se vive según un esquema específico que pone de manifiesto y profundiza la propia identidad. Esa identidad proviene de la acción del Espíritu Santo, que constituye el don fundacional del instituto y crea un tipo particular de espiritualidad, de vida, de apostolado y de tradición (Cf. MR 11). Cuando se contemplan las numerosas familias religiosas, queda uno asombrado ante la riqueza de dones fundacionales. El Concilio insiste en la necesidad de fomentarlos como dones que son de Dios (Cf. PC 2b). Ellos determinan la naturaleza, espíritu, fin y carácter, que forman el patrimonio espiritual de cada instituto y constituyen el fundamento del sentido de identidad, que es un elemento clave en la fidelidad de cada religioso (Cf. ET 51).”19 Y no puede ser de otra manera, ya que el carisma, como don de Dios para la Iglesia, encuentra en la espiritualidad su manifestación externa más palpable.



Si “los carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo,”20 se sigue la necesidad de encontrar medios concretos en los que el carisma se materialice para edificar la Iglesia, para el bien de los hombres y para satisfacer las necesidades del mundo. Uno de estos medios es la espiritualidad que nace de la experiencia del Espíritu que el fundador a hecho del Amor de Dios y de la comprensión de su misterio, en alguna forma específica. Esta espiritualidad conformará el camino para llegar a Dios, a Cristo. La persona consagrada debe conocerlo y poner algunos de esos elementos como medios en su programa de vida personal.



La experiencia que el fundador hace del amor de Dios le permite dejar a sus discípulos una forma muy específica de relacionarse con Dios. Estas relaciones crean la base para vivir el misterio de la fe en una forma peculiar. Si todos los hombres buscan una relación personal e íntima con Dios, el discípulo de un carisma encuentra en la experiencia del Espíritu del fundador un modelo para seguir. Como toda experiencia espiritual, no podemos decir que el discípulo esté llamado a reproducirla, pues la experiencia espiritual de cada persona es irrepetible. Pero puede servir como marco de referencia, como guía sobre la que el discípulo puede apoyarse para hacer su propia experiencia personal espiritual de Dios. La base sobre la cuál se apoyará está dada en la experiencia personal espiritual del fundador, que se identifica con la experiencia del Espíritu. Será necesario por tanto, que el discípulo conozca la experiencia personal espiritual del fundador para que sobre ella trace la suya propia21 .



Hemos mencionado que parte de la espiritualidad queda constituida también por la comprensión específica del misterio de Dios que ha hecho el fundador. Nuevamente, el discípulo está llamado a conocer estos rasgos característicos y específicos que han permitido al fundador leer el evangelio bajo un nuevo ángulo, bajo una perspectiva diferente. Esta novedad, decíamos, viene dada por la necesidad apremiante, pero sólo como referencia. Como criatura espiritual, el carisma va más allá del aspecto temporal que la originó, pues la necesidad apremiante se convierte sólo en un pretexto. Pretexto históricoque será importante reconocer y recordar porque ha sido el inicio, querido por Dios, para dar origen al carisma, y que de alguna manera permeará siempre la memoria de la Congregación o Instituto religioso. Pero, además de conocer este hecho histórico, temporal, el discípulo deberá conocer la forma en que el fundador ha leído el evangelio o ha comprendido el misterio de Dios, bajo una forma específica, con el fin de ordenar su vida a la adquisición de esta nueva visión sobrenatural. Decimos, nueva visión sobrenatural, porque la lectura del evangelio o del misterio de Dios le permitirá andar por la vida con un objetivo claro y definido. Las realidades terrenas podrán ser leídas bajo el nuevo prisma de la contemplación del evangelio o del misterio de Dios, que en forma específica ha querido dotar Dios al fundador y a aquellos que lo seguirán en el tiempo. Conviene por tanto, que el discípulo conozca con certeza y claramente cuál es la lectura del Evangelio o la comprensión del misterio de Dios que el fundador ha experimentado bajo la experiencia del Espíritu.



- Etapa de la cristología: conocimiento y seguimiento de Cristo.

La lectura del Evangelio, bajo un punto de vista específico que proviene de la experiencia del Espíritu, o la comprensión del misterio de Dios que el fundador ha experimentado en algún punto específico o determinado, también bajo la experiencia del Espíritu, le otorgan la capacidad de analizar la realidad bajo ese punto de vista.



La realidad para el fundador no es otra cosa que la necesidad apremiante en la Iglesia, que Dios le ha hecho ver. Habiendo hecho la experiencia del Espíritu y habiendo comprendido el evangelio o el misterio de Dios desde esa experiencia del Espíritu, el fundador experimenta que es Cristo que sufre de una manera muy especial en la necesidad apremiante. Este aspecto es característico de los fundadores y pieza fundamental para entender la actualidad del carisma. No se trata de dar una solución humana a la necesidad apremiante. Esto podría hacerlo cualquier persona desde diversos puntos de vista. Se trata más bien de salir al encuentro del Cristo que sufre en la necesidad apremiante. Surge así una transformación de dicha necesidad apremiante. Sigue siendo una necesidad real, encarnada en hombres, mujeres, niños o adolescentes. Para Luisa de Marillac seguirán siendo los pobres del París de aquel entonces, para San Juan Bosco serán los centenares de jóvenes sin educación ni formación en la periferia del Turín que se abría con pujanza a la revolución industrial, y así podríamos mencionar a cada fundador con la propia necesidad apremiante que Dios le ha permitido vislumbrar. Pero la transformación que opera la experiencia del Espíritu en esa necesidad apremiante, permite que el Fundador penetre espiritualmente dicha necesidad, dicha realidad, y vea a Cristo en esa misma necesidad apremiante de la Iglesia.



Este proceso de ver a Cristo en los hombres tiene su raíz en la necesidad apremiante. Ahí el fundador se siente interpelado por Dios para dar una solución, una respuesta a dicha necesidad que experimenta la Iglesia. La primera transformación a la que da origen la experiencia del Espíritu es la capacidad de ver dicha necesidad apremiante bajo un prisma sobrenatural. El fundador no es sólo un filántropo que busca hacer el bien a la humanidad, poniendo remedio a una necesidad específica en un tiempo determinado. El fundador, bajo la inspiración de Dios, ve en la necesidad específica a una parte de la Iglesia que necesita ayuda. Logra ver en cada persona una parte del Cristo que sufre en esta tierra. A partir de la experiencia personal espiritual lee el evangelio y entiende el misterio de Dios desde un prisma específico. Las órdenes hospitalarias, por ejemplo, captarán el Cristo que busca ser acogido en la figura del samaritano, o se identificarán en la parábola de Dios cuando el Señor reconoce a los que le hicieron el bien entre los “más pequeños”. Y así, cada uno de los fundadores verá que es a Cristo, a través de la necesidad apremiante, a quien se ayuda, a quien se le hace el bien, a quien se quiere servir22 .



Esta relación personal con Cristo, que se verifica a través de la necesidad apremiante, en una realidad concreta, permite al fundador establecer una escuela de apostolado muy específica en la que sus métodos, sus directivas, sus indicaciones no deberán ser consideradas como emanadas de su inventiva o genio humano, sino que serán producto de la experiencia espiritual personal, y de la comprensión específica del evangelio o del misterio de Dios. De esta manera, el Fundador logra abstraerse de la dimensión del tiempo y del lugar en la que ha nacido la necesidad apremiante, para pasar a la dimensión sobrenatural de dicha necesidad apremiante, dando origen a la misión del Instituto religioso o Congregación23 . Las personas con sus necesidades humanas o espirituales pasan a ser partes del Cristo que sufre, ya sea en el cuerpo o en el alma, a lo largo del tiempo y en diversas circunstancias. El fundador comienza así a desarrollar una nueva faceta del carisma: su relación con Cristo.



La fuerza, el motor, el detonante que permite ver en la necesidad apremiante al Cristo que sufre, no es otra que el amor a Dios24 . Si el fundador no hubiera desarrollado este amor a Dios, bajo el prisma específico de su experiencia espiritual personal, no podría haber desarrollado un apostolado específico. Su trabajo se hubiera quedado circunscrito a un paliativo humano para ese tiempo y esa circunstancia específica de la necesidad apremiante de la Iglesia. El amor a Cristo en esa realidad apremiante y con las características propias de la experiencia espiritual personal, permitirá al fundador y a sus seguidores, encontrar siempre a un Cristo que sufre en la forma específica en que lo contempló el fundador, a pesar de lo que puedan cambiar las circunstancias de tiempo y lugares.



Este Cristo que ha encontrado el fundador es el que se presenta bajo diversas circunstancias de tiempos y lugares, escondido en la necesidad apremiante. La necesidad apremiante podrá cambiar de fachada, pero en su esencia siempre será la expresión de una necesidad específica del Cristo que sufre. La labor del discípulo del fundador consistirá en reconocer en las nuevas circunstancias de tiempos y lugares, al mismo Cristo que sufre y que experimentó el fundador. Para guiarse en esta labor, podrá servirse de la experiencia espiritual personal del fundador, aplicada a las circunstancias actuales en las que se debe desarrollar la misión del Instituto. El trabajo espiritual que debe guiar al discípulo del fundador es el de leer en la actualidad las notas esenciales del mismo Cristo sufriente que experimentó el fundador. Podemos afirmar que este Cristo se presenta con un nuevo rostro, pero que en su esencia, no cambia.



El seguimiento de Cristo. El carisma, en su novedad expresa realidades perennes con una nueva faceta, incluso nos atreveríamos a decir que con una nueva frescura. El carisma no cambia la esencia o el fundamento de dichas realidades, sino que, partiendo de la originalidad de la que está provista por la experiencia del Espíritu, puede engendrar una nueva relación con dicha realidad. Utilizando una imagen de san Cirilo de Jerusalén diremos que el Espíritu produce efectos diversos, aunque mantiene su esencia. La experiencia del espíritu permite ver aspectos específicos de Cristo, aunque el Cristo siga siendo el mismo: “Siempre cae (el agua) del mismo modo y de la misma forma, aunque son multiformes los efectos que produce: una única fuente riega todo el huerto. Y una única e idéntica tormenta desciende sobre toda la tierra, pero se vuelve blanca en el lirio, roja en la rosa, de color púrpura en las violetas y en los jacintos, y diversa y variada en los distintos géneros de cosas. De una forma existe en la palma y de otra en la vid, pero está toda ella en todas las cosas, pues (el agua) es siempre la misma y sin variación. Y, aunque se mude en tormenta, no cambia su forma de ser, sino que se acomoda a la forma de sus recipientes convirtiéndose en lo que es necesario para cada uno de ellos. Así el Espíritu Santo, siendo uno y de un modo único, y también indivisible, distribuye la gracia «a cada uno en particular según su voluntad» (cf. 1 Cor 12,11).”25 Cristo será siempre el mismo, pero el agua, que es la experiencia del Espíritu hará ver un Cristo blanco en el lirio, rojo en la rosa, púrpura en las violetas y en los jacintos. Así, siguiendo esta analogía diremos que siendo Cristo el mismo, por la experiencia del Espíritu, se presentará con distintos matices: “En efecto, esta triple relación emerge siempre, a pesar de las características específicas de los diversos modelos de vida, en cada carisma de fundación, por el hecho mismo de que en ellos domina « una profunda preocupación por configurarse con Cristo testimoniando alguno de los aspectos de su misterio »,aspecto específico llamado a encarnarse y desarrollarse en la tradición más genuina de cada Instituto, según las Reglas, Constituciones o Estatutos.”26



Uno de los elementos esenciales de la vida consagrada es el seguimiento de Cristo. Esta realidad nos la viene presentado el Magisterio de la Iglesia en forma significativa durante el período actual de la renovación de la vida consagrada. En la Perfectae caritatis leemos: “Como quiera que la última norma de vida religiosa es el seguimiento de Cristo, tal como lo propone Evangelio, todos los Institutos ha de tenerlos como regla suprema.” En Elementos esenciales sobre la vida religiosa: “Por los votos, el religioso dedica con gozo toda su vida al servicio de Dios, considerando el seguimiento de Cristo « como la única cosa necesaria » (PC 5) y buscando a Dios, y solo a Él, por encima de todo.”28 Y por último, en Vita consecrata: “El Hijo, camino que conduce al Padre (cf. Jn 14, 6), llama a todos los que el Padre le ha dado (cf. Jn 17, 9) a un seguimiento que orienta su existencia. Pero a algunos —precisamente las personas consagradas— pide un compromiso total, que comporta el abandono de todas las cosas (cf. Mt 19, 27) para vivir en intimidad con Él y seguirlo adonde vaya (cf. Ap 14, 4).”29



Hemos dicho que el fundador bajo la inspiración del Espíritu Santo, ha hecho una experiencia del Espíritu que le ha permitido percibir una nueva comprensión específica del evangelio o del misterio de Dios30 . Ha conocido una nueva faceta del misterio de Dios que se traduce en un conocimiento específico de Cristo. El fundador se convierte por tanto en un hombre o en una mujer “evangélicos”. Su actuar, su pensar y su querer quedan centrados por el “nuevo” Cristo que ha experimentado. Y pasa de un conocimiento teórico, a un conocimiento experimental, esto es, se convierte en un seguidor de Cristo. No se contenta con el conocimiento que ha adquirido de Cristo en su interior, sino que quiere imitarlo en su vida. Es por ello que podemos afirmar que cada fundador propone una nueva cristología al establecer con su vida un estilo específico del seguimiento de Cristo. El fundador quiere seguir a Cristo bajo las características específicas que ha experimentado, primero en la experiencia espiritual personal, y después, en la comprensión específica del evangelio y/o del misterio de Dios. Ambas harán que seguimiento de Cristo quede revestido de una espiritualidad particular y específica que deberá invadir todas las esferas del vivir, del pensar, del querer y del obrar cotidiano.



Es necesario por tanto conocer a fondo este nuevo Cristo que nos presenta el fundador. Más que un nuevo Cristo es el mismo Cristo visto bajo un punto de vista muy particular, un punto de vista generado a partir de la experiencia del Espíritu del fundador. Estos nuevos puntos de vista no vienen a suplantar ninguno de los elementos esenciales de la vida consagrada, a saber, la consagración mediante los votos, la vida fraterna en comunidad, la misión evangélica, la oración, el ascetismo, el testimonio público, las relaciones con la Iglesia, la formación y el gobierno31 . Éstos vienen a quedar revestidos del Cristo que ha conocido y experimentado el fundador, ya que se sigue a Cristo pobre casto y obediente con el carisma; se hace oración con el carisma, las prácticas ascéticas de la Congregación provienen siempre del carisma, etc. Cada aspecto de la vida consagrada se hace con el carisma, con el fin de imitar a Cristo, “el primer consagrado por el Padre.”



Esta imitación, lo veremos en el siguiente capítulo, debe bajar a todos los detalles de la vida de la mujer consagrada, pues así ha quedado consignado por el fundador. Las Constituciones, los Estatutos, le Regla de vida y los demás documentos oficiales de la Congregación no deberían tener otro objetivo que el de desarrollar más plenamente el carisma para lograr que infunda y dé vida a todas las realidades con las que tienen contactos los miembros del Instituto o Congregación, de tal manera que pueda brillar con mayor esplendor el Cristo que ha conocido el fundador. Una vida consagrada que no haga referencia constante al Cristo del fundador, es una vida consagrada débil, sin identidad propia, dejada al vaivén de cualquier ideología o punto de vista.



La identidad propia, tan auspiciada por el Concilio Vaticano II32 y recordada por el Magisterio en esta época de renovación de la vida consagrada33 , tiene en el seguimiento de Cristo su fundamento. Las notas características que distinguen a un Instituto de otro, tienen su origen en la cristología específica. Quien da sostén a cada elemento específico de la vida consagrada vivido con un estilo particular –el estilo querido por el fundador- lo es sin duda la persona de Cristo. Si la referencia última de todo el actuar, vivir y querer de los miembros del Instituto no es la persona de Cristo presentada y vivida por el fundador, la vida consagrada podrá caer en dos escollos. En un rigorismo ascético, lleno de normas, disciplinas, horarios, pero vacío de Cristo. O en un laxismo exasperante (propio del relativismo de nuestra época) en dónde todo tiene cabida, porque no hay puntos de referencia estable34 .



El punto de referencia para cada Congregación debe ser la persona de Cristo, con los matices propios con los que lo vio, lo vivió y lo transmitió el fundador. Ahí convergen y de ahí parten todos los elementos esenciales de la congregación: su espiritualidad, el seguimiento de Cristo y las manifestaciones concretas de su obrar cotidiano. Dichas manifestaciones concretas podrán recogerse en las sanas tradiciones y en todo aquello que forme el patrimonio espiritual35 y apostólico del Instituto: “Todos han de observar con fidelidad la mente y propósitos de los fundadores, corroborados por la autoridad eclesiástica competente, acerca de la naturaleza, fin, espíritu y carácter de cada instituto, así como también sus sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio del Instituto.”36







NOTAS



1 Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est, 25.12.2005, n. 1



2 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 14.



3 Ibidem. n. 69.



4 R. Zas Friz de Col, Santità, en Luigi Borriello, Maria R. del Genio, Tomás Spidlik, La Mistica parola per parola, Ancora Editrice, Milano 277, p. 321.



5 “Preguntar a un catecúmeno, « ¿quieres recibir el Bautismo? », significa al mismo tiempo preguntarle, « ¿quieres ser santo? » Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: « Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial » (Mt 5,48).” Juan Pablo II, Novo milenio ineunte, 6.1.2001, n. 31.



6 Ibidem, n. 31.



7 Ángel Pardilla, Vita consecrata peri l nuevo millennio, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2003, p.1431.



8 CDC, 573 § 1.



9 CDC, 578.



10 “Sin embargo, este esfuerzo por buscar la novedad no siempre se ha realizado siguiendo criterios evangélicos de discernimiento. A veces la "renovación" se ha confundido con la adaptación a la mentalidad y a la cultura dominantes, con el peligro de olvidar los valores auténticamente evangélicos. Es innegable que "la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida" (1 Jn 2, 16), propias del mundo y de su cultura, han ejercido un influjo desorientador, originando conflictos graves dentro de las comunidades y de las opciones apostólicas, no siempre fieles al espíritu y a las inspiraciones originales del instituto.” Franc Rodé, La vida consagrada en la escuela de la Eucaristía, en Pasión por Cristo, pasión por la humanidad”, Ed. Paoline, Milano 2005.



11 “Hoy más que nunca, frente a repetidos empujes centrífugos que ponen en duda principios fundamentales de la fe y de la moral católica, las personas consagradas y sus instituciones están llamadas a dar pruebas de unidad sin fisuras en torno al Magisterio de la Iglesia, haciéndose portavoces convencidos y alegres delante de todos.” Congregación para los Institutos de vida consagrada y sociedad de vida apostólica, Caminar desde Cristo, 19.5.2002, n. 32.



12 “La vida consagrada, como toda forma de vida cristiana, es por su naturaleza dinámica, y cuantos son llamados por el Espíritu a abrazarla tienen necesidad de renovarse constantemente en el crecimiento hasta llegar a la unidad perfecta del Cuerpo de Cristo (cf. Ef 4, 13).” Ibidem., n. 20.



13 San Cirilo de Jerusalén, Catequesis XVI.



14 Haré referencia libre de algunos pasajes de mi libro Il risveglio del carisma, Edición Art, Roma 2007.



15 Sagrada Congregación para los religiosos e institutos seculares, Mutua relationes, 14.5.1978, n. 11.



16 Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est, 25.12.2005, n. 17



17 Antonio Maria Siccari, Gli antichi carismi nella Chiesa, Editoriale Jaca Book, Milano, 2002, p. 29.



18 “La espiritualidad de un Instituto nace de su Carisma-espíritu, y es el conjunto de actitudes, rasgos y elementos doctrinales y experimentales que constituyen el modo de ser y de hacer. Es un estilo (cf. MR 11).” Severino-María Alonso, cmf, La vida consagrada, síntesis teológica, Publicaciones claretianas, Madrid, 2001, p. 37.



19 Sagrada congregación para los religiosos e institutos seculares, Elementos esenciales de la doctrina de la Iglesia sobre la vida religiosa, 31.5.1983, n. 11.



20 Catecismo de la Iglesia Católica, Asociación de Editores del Catecismo, nn. 798 y 799.



21 La experiencia espiritual personal del fundador no busca anular a la personalidad propia de cada discípulo. Al contrario: es sólo un punto de referencia para que cada persona desarrolle al máximo los dones personales, pero siempre dentro del marco fijado por el carisma. Dios no puede contradecirse, y quien ha sido llamado por Dios a una determinada Congregación o Instituto puede y debe desarrollar esos dones para beneficio personal, para beneficio de la Congregación y para el beneficio de la iglesia entera. Dios no habrá llamado seguramente a una mujer consagrada a un Instituto que se encuentre en contraposición con sus dones personales. “Cada religioso personalmente tiene también sus propios dones que el Espíritu suele dar precisamente para enriquecer, desarrollar y rejuvenecer la vida del Instituto en su cohesión comunitaria y en su testimonio de renovación. Pero el discernimiento de tales dones y de su utilización deben tener como medida la congruencia de los mismos con el estilo comunitario del Instituto y las necesidades de la Iglesia a juicio de la legítima autoridad.” Sagrada Congregación para los religiosos e institutos seculares, Mutua relationes, 14.5.1978, n. 11.



22 Antonio Maria Sicari lo expresa de la siguiente manera. “LA misma herencia espiritual viene muy seguido recordada y transmitida a través de símbolos e imágenes: aquella luz particular irradiado por el Espíritu sobre el misterio de Cristo, y su consecuente “ardor del corazón” en el Fundador carismático, se transmiten también por medio de ciertos textos evangélicos más insistentemente citados y nombrado, así como por ciertas devociones particularmente celebradas. Antonio Maria Siccari, Gli antichi carismi nella Chiesa, Editoriale Jaca Book, Milano, 2002, p.31.



23 “Vuestra misión específica está armoniosamente concertada con la misión de los Apóstoles, que el Señor envió por todo el mundo para enseñar a todas las gentes, y está unida también a esta misión del orden jerárquico. En el apostolado que desarrollan las personas consagradas, su amor esponsal por Cristo se convierte de modo casi orgánico en amor por la Iglesia como Cuerpo de Cristo, por la Iglesia como Pueblo de Dios, por la Iglesia que es a la vez Esposa y Madre. Es difícil describir, más aún enumerar, de qué modos tan diversos las personas consagradas realizan, a través del apostolado, su amor a la Iglesia. Este amor ha nacido siempre de aquel don particular de vuestros Fundadores, que recibido de Dios y aprobado por la Iglesia, ha llegado a ser un carisma para toda la comunidad. Ese don corresponde a las diversas necesidades de la Iglesia y del mundo en cada momento de la historia, y a su vez se prolonga y consolida en la vida de las comunidades religiosas como uno de los elementos duraderos de la vida y del apostolado de la Iglesia.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica Redemptionis donum, 25.3.1984, n. 15.



24 Para justificar lo dicho hasta ahora, nos conviene traer a colación lo que ha dicho Benedicto XVI sobre la posibilidad que tiene el hombre de amar a Dios en el prójimo: “De este modo se ve que es posible el amor al prójimo en el sentido enunciado por la Biblia, por Jesús. Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. Más allá de la apariencia exterior del otro descubro su anhelo interior de un gesto de amor, de atención, que no le hago llegar solamente a través de las organizaciones encargadas de ello, y aceptándolo tal vez por exigencias políticas.” Un amor que se basa siempre en la experiencia con Dios: “Los Santos —pensemos por ejemplo en la beata Teresa de Calcuta— han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás.” Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est, 25.12.2005, n. 18.



25 San Cirilo de Jerusalén, Catequesis XVI.



26 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postdinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 36



27 Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n.2.



28 Sagrada Congregación para los religiosos e institutos seculares, Elementos esenciales sobre la vida religiosa, 31.5.1983, n. 14.



29 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postdinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 18.



30 Podemos afirmar que esta nueva comprensión del evangelio o del misterio de Dios está contemplada por el mismo Magisterio de la Iglesia, cuando reconoce el que se dé un conocimiento, hasta cierto punto novedoso, del evangelio, como afirma Dei Verbum: “Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad.”Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Dei Verbum, 18.11.1965, n. 8.



31 Sagrada Congregación para los religiosos e institutos seculares, Elementos esenciales sobre la vida religiosa, 31.5.1983.



32 “Redunda en bien mismo de la Iglesia el que todos los Institutos tengan su carácter y fin propios. Por tanto, han de conocerse y conservarse con fidelidad el espíritu y los propósitos de los Fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones, pues, todo ello constituye el patrimonio de cada uno de los Institutos.” Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n.2.



33 “La profunda comprensión del carisma lleva a una clara visión de la propia identidad, en torno a la cual es más fácil crear unidad y comunión.” Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, La vida fraterna en comunidad, 2.2.1994, n. 45. “En la dimensión del carisma convergen, finalmente, todos los demás aspectos, como en una síntesis que requiere una reflexión continua sobre la propia consagración en sus diversas vertientes, tanto la apostólica, como la ascética y mística. Esto exige de cada miembro el estudio asiduo del espíritu del Instituto al que pertenece, de su historia y su misión, con el fin de mejorar así la asimilación personal y comunitaria.<>” Juan Pablo II, Exhortación apostólica postdinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 71.



34 “Es necesario por lo mismo que en las actuales circunstancias de evolución cultural y de renovación eclesial, la identidad de cada Instituto sea asegurada de tal manera que pueda evitarse el peligro de la imprecisión con que los religiosos sin tener suficientemente en cuenta el modo de actuar propio de su índole, se insertan en la vida de la Iglesia de manera vaga y ambigua.” Sagrada Congregación para los religiosos e institutos seculares, Mutuae Relaciones, 23.4.1978, n. 11.



35 “Cuando se contemplan las numerosas familias religiosas, queda uno asombrado ante la riqueza de dones fundacionales. El Concilio insiste en la necesidad de fomentarlos como dones que son de Dios (cf PC 2b). Ellos determinan la naturaleza, espíritu, fin y carácter, que forman el patrimonio espiritual de cada instituto y constituyen el fundamento del sentido de identidad, que es un elemento clave en la fidelidad de cada religioso” Sagrada Congregación para los religiosos e institutos seculares, Elementos esenciales sobre la vida religiosa, 31.5.1983, n. 11.



36 CIC, n.578.

Infidelidad

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¿Qué es el carisma?

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¿Qué es el carisma?

Breve introducción

En los inicios del Tercer milenio parece muy normal de hablar de carismas. Y si nuestro objetivo es el de despertar el carisma, conviene saber bien lo que este término significa o quiere significar. Necesitamos tener nociones claras sobre este concepto si vamos a centrar la vida y la identidad consagrada en él.


Por carisma siempre se ha entendido el término paulino de “gracias especiales [llamadas "carismas"] mediante las cuales los fieles quedan "preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen a renovar y construir más y más la Iglesia" (LG 12; cf. AA 3). Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo, que tienen directa o indirectamente, una utilidad eclesial; los carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo.”

Un carisma por tanto es una gracia especial que el Espíritu Santo dona para el bien de la Iglesia. No existe una clasificación de carismas y así los hay de diversos tipos . Pero los elementos esenciales que los conforman serán siempre los dos siguientes: provienen del Espíritu Santo y se dan para la edificación de la Iglesia. De esta definición parten tres grandes aplicaciones que conviene conocer para evitar confusiones en el momento de estudiar los carismas dentro de la vida consagrada: el concepto de carisma en cuanto tal, la concepción de la vida consagrada como un carisma para la Iglesia y el carisma específico de cada Instituto o congregación religiosa. Un carisma no está necesariamente ligado a la fundación de una congregación religiosa. Se dan casos de hombres y mujeres que poseen un carisma especial para la predicación, para aconsejar a las personas, para conocer y transmitir a Dios, pero que no necesariamente hayan fundado una congregación religiosa. Por otro lado, la misma vida consagrada se entiende como un don del Espíritu para el bien de la Iglesia: “La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu.” Y por último, es necesario considerar el carisma específico de cada congregación o instituto de vida consagrada, centrándose nuestra atención en el presente estudio en esta última acepción del término.

Comenzaremos haciendo una revisión de lo que el Magisterio ha escrito acerca del carisma de cada Instituto o congregación religiosa, para pasar después a un análisis de lo dicho por algunos autores de nuestro tiempo. Al final, en base a esta doble investigación, nos aventuraremos a proponer lo que es el carisma y cuáles son sus elementos constitutivos.







Revisión del Magisterio.

Si bien el término carisma no aparece en los documentos del Concilio Vaticano II, todo apuntaba a su desarrollo posterior, ya que en el debate que precedió a la redacción de la Constitución dogmática Lumen gentium y del Decreto Perfectae caritatis , puede observarse que se maneja ya el carácter carismático de la vida consagrada. Huella que abriría las posibilidades para una futura investigación y que ha dado como resultado una vasta literatura, fruto del desarrollo de la Teología de la vida consagrada, en donde se desarrolla ampliamente el término carisma, bajo diversas acepciones.



El término carisma viene utilizado por primera vez en un documento del magisterio en el número 11 de la exhortación apostólica Evangelica testificatio: “Sólo de esta manera podéis vosotros dirigir nuevamente los corazones a la verdad y al amor divino, según el carisma de vuestros fundadores, suscitados por Dios en la Iglesia.” A partir de este documento el magisterio asume la terminología paulina de carisma con diversas acepciones: carisma de la vida religiosa, carisma del fundador, carisma de fundador, carisma fundacional, carisma del Instituto, carisma originario, carisma institucional, carisma de una familia religiosa.



Será el documento Mutuae relationes quien defina por primera vez el carisma: “El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (Evang. nunt. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne. Por eso la Iglesia defiende y sostiene la índole propia de los diversos Institutos religiosos (LG 44; cfr. CD 33; 35, 1, 2, etc.). La índole propia lleva además consigo, un estilo particular de santificación y apostolado que va creando una tradición típica cuyos elementos objetivos pueden ser fácilmente individuados. Es necesario por lo mismo que en las actuales circunstancias de evolución cultural y de renovación eclesial, la identidad de cada Instituto sea asegurada de tal manera que pueda evitarse el peligro de la imprecisión con que los religiosos sin tener suficientemente en cuenta el modo de actuar propio de su índole, se insertan en la vida de la Iglesia de manera vaga y ambigua.” De esta definción partirán y harán referencia muchos estudios y documentos posteriores del Magisterio.



Refiriéndose a la contemplación, el documento lo mencionará como un carisma especial: “Los que son llamados a la vida específicamente contemplativa son reconocidos como uno de los tesoros más valiosos de la Iglesia. Gracias a un carisma especial, han elegido la mejor parte, esto es, la de la oración, el silencio, la contemplación, el amor exclusivo de Dios y la dedicación total a su servicio...”



El carisma, como don del Espíritu, se refleja también en obras concretas, específicamente en las obras del Instiuto. Por ello un apostolado, una obra puesta en pie por una congregación no es indiferente para el carisma, como lo consigna el Magisterio: “Existe la tentación de abandonar obras estables, genuina expresión del carisma del instituto, por otras que parecen más eficaces inmediatamente frente a las necesidades sociales, pero que dicen menos con la identidad del instituto.”



Y en este mismo documento, se señala la importancia del carisma para la formación de las personas consagradas, como si fuera un mapa para no perderse en la formación: “La creciente configuración con Cristo se va realizando en conformidad con el carisma y normas del instituto al que el religioso pertenece. Cada instituto tiene su propio espíritu, carácter, finalidad y tradición, y es conformándose con ellos, como los religiosos crecen en su unión con Cristo.”



Más adelante, encontramos que el carisma particular de cada Instituto y la vida consagrada son una sóla cosa: “No existe concretamente una vida religiosa « en sí » a la que se incorpora, como un añadido subsidiario, el fin específico y el carisma particular de cada instituto.” El carisma de cada Instituto forma parte de la vida consagrada. Y este mismo documento considera que el carisma debe formar parte integrante de la formación de la persona consagarda. “En el programa de estudios, debe figurar en puesto importante la teología bíblica, dogmática, espiritual y pastoral y, en particular, la profundización doctrinal de la vida consagrada y del carisma del instituto.”



La vida fraterna en comunidad encuentra también en el carisma su razón de ser: “Vivir en comunidad es, en realidad, vivir todos juntos la voluntad de Dios, según la orientación del don carismático, que el Fundador ha recibido de Dios y ha transmitido a sus discípulos y continuadores.” Este mismo documento, Vida fraterna en comunidad, dedicará todo un número, el 70, a hablar sobre la posibilidad de compartir el carisma con los laicos, tema del que hablaremos en algunos próximos artículos.



Podemos citar incluso cuáles son las responsabilidades de las personas consagradas para con el carisma, de acuerdo al siguiente texto: “Cada instituto tiene una responsabilidad primaria respecto de la propia identidad. En efecto, el «carisma de los fundadores (...) —experiencia del Espíritu transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y constantemente desarrollada en sintonía con el Cuerpo de Cristo en perenne crecimiento»— se le confía a cada instituto como patrimonio original en beneficio de toda la Iglesia. Cultivar la propia identidad en la « fidelidad creativa » significa, pues, hacer confluir, en la vida y en la misión del pueblo de Dios, dones y experiencias que la enriquecen y, al mismo tiempo, evitar que los religiosos «se inserten en la vida de la Iglesia de un modo vago y ambiguo».”



Juan Pablo II en la exhortación apostólica Redemptionis donum habla explícitamente del carisma como un don, tanto para las personas consagradas como para la comunidad y no duda en afirmar que en ese don, se encuentran elementos válidos para vivir la consagración. “Es difícil describir, más aún enumerar, de qué modos tan diversos las personas consagradas realizan, a través del apostolado, su amor a la Iglesia. Este amor ha nacido siempre de aquel don particular de vuestros Fundadores, que recibido de Dios y aprobado por la Iglesia, ha llegado a ser un carisma para toda la comunidad. Ese don corresponde a las diversas necesidades de la Iglesia y del mundo en cada momento de la historia, y a su vez se prolonga y consolida en la vida de las comunidades religiosas como uno de los elementos duraderos de la vida y del apostolado de la Iglesia. En cada uno de estos elementos, en todo campo -tanto en el de la contemplación fecunda para el apostolado como en el de la acción directamente apostólica- os acompaña la bendición constante de la Iglesia y, a la vez, su pastoral y maternal solicitud, en lo referente a la identidad espiritual de vuestra vida y la rectitud de vuestro actuar en medio de la gran comunidad universal de las vocaciones y de los carismas de todo el Pueblo de Dios.”



Llegamos por fin a la exhoración apostólica post-sinodal Vita consecrata, de la que podemos decir que el término carisma aparece citado 72 veces, siendo la parte más citada la relativa a la fidelidad al carisma. Esta simple observación nos hace pensar en la importancia que se da a la fidelidad al don que inspiró al Fundador a llevar a cabo su obra.



No podemos dejar de mencionar lo descrito por el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, cuando en el número 160 da la siguiente definición de carisma, que si bien se refiere a todo tipo de carisma, bien puede aplciarse al carisma de una congregaciónreligiosa o Instituto: “ Los carismas son dones especiales del Espíritu Santo concedidos a cada uno para el bien de los hombres, para las necesidades del mundo y, en particular, para la edificación de la Iglesia,a cuyo Magisterio compete el discernimiento sobre ellos.”



Por último, Benedicto XVI ha encuadrado el carisma como la norma suprema de la vida consagrada, esto es, seguir a Cristo: “No se puede lograr una auténtico relanzamiento de la vida religiosa si no es tratando de llevar una existencia plenamente evangélica, sin anteponer nada al único Amor, sino encontrando en Cristo y en su palabra la esencia más profunda de todo carisma del fundador y de fundadora.”







Revisión de algunos autores.

Muy variada y vasta es la literatura que habla sobre el carisma. Anotamos a continuación algunas citas que pueden dar luz sobre el desarrollo teológico de este término y ayudarnos a identificar con mayor certeza el significado de este término.



“Algunos autores distinguen, entre carisma de fundación, don que habilita a una persona para iniciar una nueva fundación; y carisma del fundador, que dice relación al contenido del don inherente a todo fundador para percibir, vivir, y mostrar en la historia, una experiencia particular del misterio de Cristo, según unas concretas características que, después, los identificarán. En realidad el carisma de fundación y el carisma de fundador son dos vertientes de una misma realidad que se exigen mutuamente.” Jesús Álvarez Gómez, Carisma e Historia, Publicaciones Claretianas, Madrid, 2001, p. 100-101.



“El carisma del fundador y de la fundadora, una vez compartido en su camino histórico se convierte en carisma del Instituto. Con este término puede entenderse el desarrollo de la virtualidad genética contenida en el carisma del fundador o de la fundadora.” Fabio Ciardi, In ascolto dello Spirito, Città Nuova editrice, Roma, 1996, p. 58.



“El carisma del fundador, es por tanto para nosotros aquel don personal que, estando al origen de la experiencia de la fundación, traza los lineamientos espirituales esenciales que caracterizan la identidad propia del Instituto, su misión en la Iglesia, su peculiar espiritualidad.” Giuseppe Buccellato, Carisma e Rinnovamento, Edizioni Dehoniane, Bologna, 2002, p. 28.



“Si por carisma de los miembros del Instituto se entiende su específica misión o el fin por el cual han ingresado los miembros del Instituto, este carisma puede ser realmente comunicado por el fundador que, con su ejemplo y su vida, arrastra y convence a otros a seguirlo.” Giancarlo Rocca, Il carisma del fondatore, Ancora editrice, Milano, 1998, p. 75.



“El <> no se mantiene en la historia como se mantiene un patrimonio de ideas, de valores, de experiencias, sólo porque se le puede contrastar con nuevas prospectivas y nuevas emergencias. Se mantiene más bien, como una “gracia viva”, cuya dirección pertence al Espíritu Santo: comienza con un evento de gracia que involucra al carismático en un ardiente camino para seguir a Cristo y puede permanecer en la historia solamente como garcia que siempre se renueva.” Antonio Maria Sicari, Gli antichi carisma nella Chiesa, Jaca Book, Milano, 2002, p. 32 – 33.



Pier Giordano Cabra en su libro Breve corso sulla Vita consacrata hace un recuento de lo que ha sido la teología del carisma. Para este autor cada Instituto tiene en su base un carisma para el bien de la Iglesia y representa uno de los puntos fuertes de la identidad de cada Instituto. Afirma a continuación que el carisma funda también la misión específica y la propia espiritualidad. Sin embargo para Cabra, existen pocos carismas que aglutinan a todos los carismas, como una gran constelación en donde cada carisma, como una sola estrella, puede reconocerse en una constelación. Sin quitar la importancia a cada carisma específico, Cabra quiere poner en guardia a los Institutos religiosos para no sobrevalorar el propio carisma y poderse enriquecer de todos los carismas, especialmente de los más semejantes. Continuando en esta línea, en su libro Tempo di prova e di speranza, Cabra considera que los carismas actualmente, y principalmente en Europa, deben traducirse en una realidad práctica, siguiendo las indicaciones de la Vita consecrata, sobre la fidelidad creativa. Pier Giordano Cabra, Breve corso sulla Vita consacrata, Editrice Queriniana, Brescia, 2004, p. 170 – 172. Pier Giordano Cabra, Tempo di prova e di speranza, Ed. Ancora, Milano, 2005, p. 147- 150.



Por citar un diccionaro de la vida consagarad, apuntamos lo siguiente: “LA expresión <> designa, en susignificado genral, aquel don del Espíritu ofrecido benévolamente por Dios a algunos fundadores, hombres o mujeres, para producir en ellos determinadascapacidades que les hacen aptos para alumbrar nuevas comunidades de vida consagrada enla Iglesia.”



Un estudioso que merece menciónaparte es Antonio Romano quien en su libro I fondatori, profezia della storia, ha hecho un análisis valiosísimo diferenciando el carisma de la fundación, el carisma del fundador, el carisma del acto de fundar y el carisma del Instituto. Sin pasar a particulares, pues remitimos al mismo libro , es importante sin embargo señalar, que estos momentos elencados por Romano vienen a significar momentos diversos del mismo carisma. Podemos decir que son desarrollos connaturales al carisma. Al hablar de un carisma de un Instituto religioso hablamos necesariamente de los momentos por los que ha atravesdo para llegar a constituirse en un don del Espíritu al servicio de la Iglesia.







¿Qué es el carisma y cuáles son sus elementos constitutivos?

Partiremos de una definición que ha servido como base para todos los documentos del magisterio que manejan el término carisma: “Los Institutos religiosos en la Iglesia son muchos y diversos, cada uno con su propia índole (cfr. PC 7, 8, 9, 10); pero todos aportan su propia vocación, cual don hecho por el Espíritu, por medio de hombres y mujeres insignes (cfr. LG 45; PC 1, 2) y aprobado auténticamente por la sagrada Jerarquía. El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (Evang. test. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne. Por eso la Iglesia defiende y sostiene la índole propia de los diversos Institutos religiosos (LG 44; cfr. CD 33; 35, 1, 2, etc.). La índole propia lleva además consigo, un estilo particular de santificación y apostolado que va creando una tradición típica cuyos elementos objetivos pueden ser fácilmente individuados.”



El magisterio identifica en este texto el carisma con la índole propia de cada instituto o congregación religiosa. Hablar de carisma es hablar por tanto de las notas más características y específicas que tiene cada congregación o instituto religioso para seguir más de cerca a Jesucristo. Usando un término de la genética moderna, podemos comparar nosotros al carisma con el código genético de la congregación. Ahí está inscrito la identidad de la congregación, conteniéndose en esa identidad, aunque con la necesidad de un posterior desarrollo, su patrimonio espiritual, su pasado y su futuro, ya que el carisma no es algo estático, sino en continuo desarrollo.



Definir la índole propia puede ser un trabajo arduo para cada congregación o instituto religioso. Cuando el Concilio Vaticano II pedía el retorno a los orígenes de la vida consagrada y a las fuentes originarias de cada congregación o instituto religioso, invitaba precisamente a la identificación de los elementos más propios que configuraban a la congregación. Esta índole propia no proviene necesariamente de las obras de apostolado específicas de la congregación, ni del modo de ser o de actuar de sus miembros, sino de una experiencia del Espíritu que vivió el fundador o la fundadora y que fue capaz de transmitir a los primeros miembros de la congregación o instituto religioso . Las obras de apostolado, el estilo de vida, la forma de vivir los consejos evangélicos son expresiones concretas de la experiencia del Espíritu. “Las diversas formas de vivir los consejos evangélicos son, en efecto, expresión y fruto de los dones espirituales recibidos por fundadores y fundadoras y, en cuanto tales, constituyen una experiencia del Espíritu, transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne.” Podemos decir por tanto que “en el carisma está constituido no sólo la finalidad específica del Instituto sino la conformación espiritual, humana y social de la persona consagrada.”

La experiencia del Espíritu es una de las notas características o elementos constitutivos más importante del carisma. “Las notas características de un carisma auténtico son las siguientes: a) proveniencia singular del Espíritu, distinta ciertamente aunque no separada de las dotes personales de quien guía y modera; b) una profunda preocupación por configurarse con Cristo testimoniando alguno de los aspectos de su misterio; c) un amor fructífero a la Iglesia, que rehuya todo lo que en ella pueda ser causa de discordia.”

Dios permite al fundador o a la fundadora experimentar fuertemente una necesidad en su mundo, un contraste entre los planes de Dios y la realidad concreta. Para hacer frente a esa realidad Dios otorga la gracia al fundador o a la fundadora de hacer una lectura del evangelio en forma novedosa, de tal manera que la realidad viene iluminada con una nueva luz, una nueva interpretación, una experiencia del Espíritu que ya no queda circunscrita a las condiciones de espacio tiempo que la vieron nacer, sino que, como criatura del Espíritu se expande a todos los tiempos y lugares. Nace así la experiencia del Espíritu del fundador, como un don de Dios para la Iglesia, don que puede compartirse y desarrollarse por otras muchas personas, a lo largo del espacio y del tiempo. Es esta Espíritu a través del fundador o la fundadora.

Para hacer frente a la necesidad que Dios le ha permitido experimentar, el fundador o la fundadora, bajo la experiencia del Espíritu, fija su atención en algún aspecto específico de la figura de Cristo, como el medio más idóneo, sugerido por el Espíritu, para paliar dicha necesidad. No se excluyen otros medios, o, expresado en forma más clara, todos los demás medios de los que pueda echar mano el fundador o la fundadora nacen de la gran necesidad que experimenta de salir al encuentro de la necesidad a través del aspecto específico de la persona de Cristo, que el Espíritu e ha sugerido. Para el fundador o la fundadora, solamente Cristo puede aliviar la necesidad que ha dado origen a su obra. Su vida estará dedicada a configurarse lo más posible con el aspecto específico del Cristo que ha experimentado .



Un último aspecto del carisma es el de saberse insertado dentro de la Iglesia. El fundador o la fundadora han aceptado seguir el camino que el Espíritu les ha marcado en su experiencia inicial no para hacer un camino separado de la Iglesia, sino para ayudar a la Iglesia a cumplir con su misión. Los carismas sólo pueden ser entendidos y justificados en la Iglesia, para la Iglesia y desde la Iglesia. De esta forma podemos entender también el carisma como “el don particular de la gracia divina operado en el creyente por parte del espíritu Santo para la común utilidad de la Iglesia.” Concepto que, aplicado a la vida consagrada, Juan Pablo II define de la siguiente manera: “Es difícil describir, más aún enumerar, de qué modos tan diversos las personas consagradas realizan, a través del apostolado, su amor a la Iglesia. Este amor ha nacido siempre de aquel don particular de vuestros Fundadores, que recibido de Dios y aprobado por la Iglesia, ha llegado a ser un carisma para toda la comunidad. Ese don corresponde a las diversas necesidades de la Iglesia y del mundo en cada momento de la historia, y a su vez se prolonga y consolida en la vida de las comunidades religiosas como uno de los elementos duraderos de la vida y del apostolado de la Iglesia.”



Creemos por tanto que no conviene hacer una diferencia de términos entre carisma del fuindador, carisma de fundar, carisma de fundación, carisma del Instituto. Hemos dicho que son pasos connaturales para que se diera el carisma. Nos centraremos en el carisma como la experiencia del Espíritu que Dios da al Fundador para el bien de la Iglesia, englobando en esta definción todos los pasos que se han dado para dar a luz este don.


Autor: Germán Sánchez Griese

Fuente: Catholic.net